¡Microquimerismo! Cuando el cuerpo de una madre alberga células de sus hijos… para siempre

Basado en el artículo de la Dra. Gabriela Jiménez Ramírez

¿Qué pasaría si te dijéramos que dentro de ti podrían vivir células de tus hijos… incluso décadas después de haber dado a luz? Esta sorprendente realidad es lo que la ciencia ha denominado microquimerismo, un fenómeno fascinante que está revolucionando nuestra comprensión del cuerpo humano, la identidad y hasta los vínculos emocionales entre madre e hijo.

Un artículo recientemente publicado en The Conversation explora a fondo este proceso biológico poco conocido pero profundamente revelador: durante el embarazo, existe un intercambio celular entre madre e hijo, aunque el flujo principal ocurre del feto hacia la madre. Estas células fetales pueden alojarse en órganos como el hígado, los pulmones, el corazón, la tiroides… ¡e incluso el cerebro!

Se ha demostrado que las células microquiméricas pueden permanecer en el cuerpo durante décadas, y puede que incluso de por vida. Si se supone que cualquier descendiente podría recibir células obtenidas por la madre durante su propia vida fetal, las probabilidades de albergar células de muchas personas en nuestro cuerpo aumentan considerablemente.

Células que sanan, células que permanecen

Lejos de ser pasajeras, estas células pueden permanecer activas durante toda la vida de la madre. Se han encontrado funcionando en diversos tejidos, con efectos que van mucho más allá de lo simbólico. Estudios experimentales, como los publicados por el Centro Nacional para la Información Biotecnológica, han demostrado que estas células pueden participar en la regeneración de órganos dañados, como el corazón o el hígado, actuando como un sorprendente «sistema de reparación celular» proveniente de los hijos.

Y la cosa se pone aún más interesante cuando miramos hacia el cerebro. Investigaciones científicas han detectado ADN con cromosomas «Y» en el tejido cerebral de mujeres fallecidas, lo que indica la presencia de células de origen masculino, probablemente de sus hijos varones. Estas células no son simples restos biológicos; están activas y funcionalmente integradas en el órgano más complejo del cuerpo humano.

¿Conexión emocional o neurobiológica?

Esta presencia de células fetales en el cerebro abre una puerta apasionante para nuevas investigaciones en neurociencia y salud mental. Un estudio español reciente reveló que las mujeres con depresión presentaban menos células de este tipo, sugiriendo una posible relación entre microquimerismo y estados emocionales. ¿Podrían estas células estar relacionadas con la salud psicológica materna? ¿Afectan la conexión madre-hijo de maneras que aún no comprendemos?

Identidad: ¿somos solo nosotros mismos?

Más allá de la biología, el microquimerismo plantea inquietantes preguntas filosóficas: si una persona lleva células que no son genéticamente suyas, ¿sigue siendo un individuo cerrado? ¿O somos, en realidad, un mosaico biológico, un cuerpo compartido entre generaciones?

Estas interrogantes cuestionan ideas tradicionales sobre el «yo» y la individualidad, y abren debates que cruzan las fronteras entre la ciencia, la filosofía y hasta la maternidad.

Desinformación vs. ciencia

Como suele ocurrir con temas complejos, el microquimerismo también ha sido víctima de mitos en redes sociales. Circulan teorías sin base científica que aseguran que las mujeres conservan células de todos los hombres con los que han tenido relaciones sexuales. Nada más lejos de la verdad.

Como enfatiza el artículo de The Conversation, la ciencia ha sido clara: la única fuente comprobada de microquimerismo en humanos son los embarazos. Lo demás responde más a prejuicios y desinformación que a hechos demostrables.

Un vínculo más allá del nacimiento

El microquimerismo nos recuerda que la maternidad no se reduce a nueve meses. Las huellas celulares que un hijo deja en el cuerpo de su madre son, literalmente, indelebles. A través de estas células, la vida que una vez creció dentro continúa formando parte de ella, no solo en el recuerdo o el afecto, sino en lo más íntimo de su biología.

La ciencia, una vez más, nos muestra que estamos más conectados de lo que pensábamos. Y que, a veces, el amor maternal puede ser también una cuestión de células.